“Y las ovejas lo siguen, porque conocen su voz” (Jn 10, 4). La sugerente imagen del pastor al frente de su rebaño es casi un sinónimo del ministerio episcopal en la Iglesia. Los fieles que escuchan la voz de su obispo y le obedecen son las ovejas buenas, dóciles a la acción de Dios que se hace presente en medio de ellas en la persona del prelado. En espantoso contrapunto, las ovejas rebeldes simbolizan aquellos que prefieren seguir sus propios caprichos antes que someterse a la autoridad eclesiástica. Al pastor, por su parte, le cabe la responsabilidad de conducir el rebaño a los buenos prados, defenderlo de los lobos voraces y protegerlo contra los salteadores. Así debe proceder el obispo con su rebaño, enseñando, gobernando, santificando y, muy especialmente, siendo el perfecto ejemplo de virtud.
Pues bien, quien fuera un propietario de numerosos rebaños de ovejas y necesitara elegir diversos pastores para cuidarlos, sin duda contrataría los más experimentados y celosos… Sólo un loco preferiría a los que no tienen más que unas nociones básicas del oficio o ni eso, y no tienen ganas de aprender más, sino que consideran suficiente estar despreocupados al lado del rebaño sin precaverse contra los peligros que lo amenazan. Y en el gran redil de Cristo que es la Iglesia, ¿cuáles son los criterios para elegir los pastores, máxime en este tiempo en que la demagogia y el populismo campan a sus anchas en tantos lugares?
Francisco
![]() Cita A En la delicada tarea de llevar a cabo la investigación para los nombramientos episcopales, estad atentos a que los candidatos sean pastores cercanos a la gente: este es el primer criterio. Pastores cercanos a la gente. Es un gran teólogo, una gran cabeza: ¡que vaya a la universidad, donde hará mucho bien! ¡Pastores! ¡Los necesitamos! Que sean padres y hermanos, que sean mansos, pacientes y misericordiosos; que amen la pobreza, interior como libertad para el Señor, y también exterior como sencillez y austeridad de vida; que no tengan una psicología de “príncipes”. (Discurso a los participantes en las Jornadas dedicadas a los representantes pontificios, 21 de junio de 2013) |
Enseñanzas del Magisterio
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I – Para ser apto al episcopado, hay que ser príncipe en muchos campos |
I – Para ser apto al episcopado, hay que ser príncipe en muchos campos
Sagradas Escrituras
Porque es preciso que el obispo sea intachable, como administrador que es de la casa de Dios; que no sea presuntuoso, ni colérico, ni dado al vino, ni pendenciero, ni ávido de ganancias poco limpias. Al contrario, ha de ser hospitalario, amigo del bien, sensato, justo, piadoso, dueño de sí. Debe mostrar adhesión al mensaje de la fe de acuerdo con la enseñanza, para que sea capaz tanto de orientar en la sana doctrina como de rebatir a los que sostienen la contraria. (Tt 1, 7-9)
Código de Derecho Canónico
Para la idoneidad de los candidatos al Episcopado se requiere que el interesado sea: insigne por la firmeza de su fe, buenas costumbres, piedad, celo por las almas, sabiduría, prudencia y virtudes humanas, y dotado de las demás cualidades que le hacen apto para ejercer el oficio de que se trata; de buena fama; de al menos treinta y cinco años; ordenado de presbítero desde hace al menos cinco años; doctor o al menos licenciado en Sagrada Escritura, teología o derecho canónico, por un instituto de estudios superiores aprobado por la Sede Apostólica, o al menos verdaderamente experto en esas disciplinas. (Código de Derecho Canónico, n. 378, § 1-5)
San Cipriano de Cartago
Teniendo muy en cuenta estos avisos y considerándolos solícita y religiosamente en el nombramiento de los obispos, no debemos elegir prelados sino a los de una conducta limpia e intachable, para que puedan ofrecer santa y dignamente los sacrificios a Dios, y por eso puedan ser escuchados en las súplicas que elevan por la protección del pueblo del Señor, pues está escrito: “Dios no escucha al pecador, sino escucha al que honra a Dios y cumple su voluntad” (Io 9, 4). Por lo cual es necesario elegir para el episcopado de Dios a los que conste que son escuchados por Dios, después de diligente y verdadero examen. (San Cipriano de Cartago. Carta LXVII a Félix y a los fieles de León, Astorga y Mérida, n. II, 1. Obras, Madrid, BAC, 1964, p. 633)
San Hilario de Poitiers
El santo apóstol Pablo, al indicar con sus preceptos como debería ser constituido el obispo y cuales las cualidades necesarias al nuevo hombre de la Iglesia, presenta un resumen de las principales virtudes que debe poseer, diciendo: Sea de tal modo fiel en la exposición de la fe que pueda tanto enseñar la sana doctrina como refutar los que sostienen la contraria. Pues hay muchos que son rebeldes, charlatanes y embaucadores (Tt 1, 9-10). Demuestra, de esa manera, que las virtudes propias a la disciplina y a las buenas costumbres son útiles para el sacerdocio si no faltaren aquellas que son necesarias para enseñar y guardar la fe, porque, al bueno y útil sacerdote no conviene apenas vivir de modo honesto o apenas enseñar con ciencia, puesto que ser honesto sin ser docto solamente sería útil para sí mismo, y enseñar con ciencia sería inútil si le faltara la honestidad. (San Hilario de Poitiers, Tratado sobre la Santísima Trinidad, Libro VIII, 1)
Benedicto XVI
En fin, por lo que concierne a la selección de los candidatos al episcopado, aun conociendo vuestras dificultades al respecto, deseo recordar la necesidad de que los candidatos sean sacerdotes dignos, respetados y queridos por los fieles, modelos de vida en la fe y que tengan cierta experiencia en el ministerio pastoral, de modo que sean más idóneos para afrontar la pesada responsabilidad de Pastor de la Iglesia. (Benedicto XVI. Carta a los miembros de la Iglesia Católica en la República Popular China, n. 9, 27 de mayo de 2007)
Santo Tomás de Aquino
Por eso San Jerónimo habla contra algunos, diciendo que algunos no procuran erigir en columnas de la Iglesia a los que saben que son más útiles para ella, sino a los que más les gustan o a quienes están obligados con sus regalos, o han sido recomendados o, callando otras cosas peores, han conseguido, mediante presentes, ser promovidos a la clericatura. Esto es una acepción de personas y, en estos casos, es pecado grave. Por eso, a propósito de Jc 2, 11 dice la Glosa de San Agustín: Hermanos míos, no caigáis en la acepción de personas. Si aplicamos a las dignidades estas diferencias de estar sentado o de pie, no ha de creerse que es un pecado leve fijarse en la acepción de personas para administración de lo que se refiere a la gracia de Dios, pues ¿quién podrá tolerar que sea elegido un rico para ocupar un puesto de honor en la Iglesia despreciando a un pobre más instruido y más santo? […] Esa autoridad ha de entenderse como deber de aquel que se halla constituido en dignidad, pues debe tratar de mostrarse tal que supere a los demás en ciencia y en santidad. Por eso dice San Gregorio en su Pastoral: La conducta del obispo debe destacar sobre la del pueblo tanto como la vida del pastor sobre la del rebaño. (Santo Tomás de Aquino. Suma Teológica, II-II, q. 185, a. 3)
II – La elevación de la dignidad episcopal constituye un auténtico principado espiritual
Sagradas Escrituras
Es palabra digna de crédito que, si alguno aspira al episcopado, desea una noble tarea. (1 Tim 3, 1-2)
San Ignacio de Antioquía
De la misma manera, que todos respeten a los diáconos como a Jesucristo, tal como deben respetar al obispo como tipo que es del Padre y a los presbíteros como concilio de Dios y como colegio de los apóstoles. (San Ignacio de Antioquía. Carta a los Trallianos, III)
Concilio Vaticano II
Entre los varios ministerios que desde los primeros tiempos se vienen ejerciendo en la Iglesia, según el testimonio de la Tradición, ocupa el primer lugar el oficio de aquellos que, ordenados obispos por una sucesión que se remonta a los mismos orígenes, conservan la semilla apostólica. (Concilio Vaticano II. Constitución dogmática Lumen gentium, n. 20, 21 de noviembre de 1964)
En la persona, pues, de los obispos, a quienes asisten los presbíteros, el Señor Jesucristo, Pontífice supremo, está presente en medio de los fieles. […] Estos pastores, elegidos para apacentar la grey del Señor, son los ministros de Cristo y los dispensadores de los misterios de Dios (cf. 1 Co 4, 1), a quienes está encomendado el testimonio del Evangelio de la gracia de Dios (cf. Rm 15, 16; Hch 20, 24) y la gloriosa administración del Espíritu y de la justicia (cf. 2 Co 3, 8-9). Para realizar estos oficios tan excelsos, los Apóstoles fueron enriquecidos por Cristo con una efusión especial del Espíritu Santo, que descendió sobre ellos (cf. Hch 1, 8; 2, 4; Jn 20, 22-23), y ellos, a su vez, por la imposición de las manos, transmitieron a sus colaboradores este don espiritual (cf. 1 Tm 4, 14; 2 Tm 1, 6-7), que ha llegado hasta nosotros en la consagración episcopal [Denz., 959 (1766)]. Enseña, pues, este santo Sínodo que en la consagración episcopal se confiere la plenitud del sacramento del orden, llamada, en la práctica litúrgica de la Iglesia y en la enseñanza de los Santos Padres, sumo sacerdocio, cumbre del ministerio sagrado. (Concilio Vaticano II. Constitución dogmática Lumen gentium, n. 21, 21 de noviembre de 1964)
Los obispos, cuando enseñan en comunión con el Romano Pontífice, deben ser respetados por todos como testigos de la verdad divina y católica; los fieles, por su parte, en materia de fe y costumbres, deben aceptar el juicio de su obispo, dado en nombre de Cristo, y deben adherirse a él con religioso respeto. (Concilio Vaticano II. Constitución Dogmática Lumen gentium, n. 25, 21 de noviembre de 1964)
Pero también los obispos, por su parte, puestos por el Espíritu Santo, ocupan el lugar de los Apóstoles como pastores de las almas, y juntamente con el Sumo Pontífice y bajo su autoridad, son enviados a actualizar perennemente la obra de Cristo, Pastor eterno. Ahora bien, Cristo dio a los Apóstoles y a sus sucesores el mandato y el poder de enseñar a todas las gentes y de santificar a los hombres en la verdad y de apacentarlos. Por consiguiente, los obispos han sido constituidos por el Espíritu Santo, que se les ha dado, verdaderos y auténticos maestros de la fe, pontífices y pastores. (Concilio Vaticano II. Decreto Christus Dominus, n. 2, 28 de octubre de 1965)
Sínodo de los Obispos
El obispo es doctor veritatis y magister fidei. Por tanto es él el primero a quien compete la responsabilidad del anuncio y del testimonio, anuncio y testimonio de la esperanza para el mundo, en particular para los pobres. De aquí su compromiso de santidad, que él construye día a día “dentro” del júbilo y la fatiga del ministerio pastoral, en intimidad orante con su Señor, siempre fiel al Evangelio, incluso cuando las situaciones son difíciles, valiente defensor de la Verdad. (Sínodo de los Obispos. Boletín de la Comisión para la Información de la X Asamblea General Ordinaria, 30 de septiembre al 27 de octubre de 2001)
Pío XII
No cabe duda alguna de que tan sólo al apóstol Pedro y a sus sucesores, los Romanos Pontífices, ha confiado Jesús la totalidad de su grey: “Apacienta mis corderos, apacienta mis ovejas” (Jn 21, 16-17); mas si todo obispo es propio solamente de la porción de grey confiada a sus cuidados, su caridad de legítimo sucesor de los apóstoles por institución divina y en virtud del oficio recibido, le hace solidariamente responsable de la misión apostólica de la Iglesia, conforme a la palabra de Cristo a sus apóstoles: “Como me envió el Padre, así también yo os envío” (Jn 20, 21). Esta misión, que tiene que abarcar a todas las naciones y a todos los tiempos (Mt 28, 19-20), no cesó con la muerte de los apóstoles: continúa en la persona de todos los obispos en comunión con el Vicario de Jesucristo. En ellos, que son por excelencia los enviados, los misioneros del Señor, reside en su plenitud “la dignidad del apostolado, que es la principal en la Iglesia”, según afirma Santo Tomás de Aquino [Expos. in Ep. ad Rom., 1, 1]. (Pío XII. Encíclica Fidei donum, n. 11, 21 de abril de 1957)
San Agustín
El Apóstol custodiaba, era guardián; vigilaba cuanto podía sobre los que se hallaba al frente. Esto hacen también los obispos, pues están colocados en lugar más alto para que supervigilen y como guarden al pueblo, puesto que lo que se dice en griego episkopous, obispo, se traduce al latín por superintentor, inspector o superintendente, porque inspecciona, porque contempla desde arriba. Como el viticultor ocupa un puesto elevado para guardar la viña, el obispo se halla en puesto elevado para custodiar la grey. (San Agustín. Comentario al Salmo 126, n. 3)
Sínodo de los Obispos
El anillo es símbolo de la fidelidad, en la integridad de la fe y en la pureza de la vida, hacia la Iglesia, que él debe custodiar como esposa de Cristo. La mitra alude a la santidad episcopal y a la corona de la gloria que el Príncipe de los Pastores asignará a sus siervos fieles. El báculo es símbolo del oficio del Buen Pastor, que cuida y guía con solicitud el rebaño a él confiado por el Espíritu Santo. […] Confeccionado con lana y ornado con signos de cruz, [el palio] es emblema del obispo, identificado con Cristo, el Buen Pastor inmolado, que ha dado la vida por el rebaño y lleva sobre la espalda la oveja perdida, significa la solicitud por todos, especialmente por aquellos que se alejan del rebaño. […] La cruz que el obispo lleva visiblemente sobre el pecho es signo elocuente de su pertenencia a Cristo, de la confesión de su confianza en él, de la fuerza recibida constantemente de la cruz del Señor para poder donar la vida. (Sínodo de los Obispos. Instrumentum Laboris de la X Asamblea General Ordinaria, n. 41, 1 de junio de 2001)
III – La triple misión de los obispos, un verdadero oficio de príncipe
Código de Derecho Canónico
Los obispos, que por institución divina son los sucesores de los Apóstoles, en virtud del Espíritu Santo que se les ha dado, son constituidos como Pastores en la Iglesia para que también ellos sean maestros de la doctrina, sacerdotes del culto sagrado y ministros para el gobierno. Por la consagración episcopal, junto con la función de santificar, los obispos reciben también las funciones de enseñar y regir, que, sin embargo, por su misma naturaleza, sólo pueden ser ejercidas en comunión jerárquica con la cabeza y con los miembros del Colegio. (Código de Derecho Canónico, n. 375, § 1 y 2)
Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica
El obispo, a quien se ha confiado una Iglesia particular, la gobierna con la autoridad de su sagrada potestad propia, ordinaria e inmediata, ejercida en nombre de Cristo, Buen Pastor, en comunión con toda la Iglesia y bajo la guía del sucesor de Pedro. (Compendio del Catecismo de la Iglesia Católica, n. 187)
Catecismo de la Iglesia Católica
La gracia del Espíritu Santo propia de este sacramento [del Orden] es la de ser configurado con Cristo Sacerdote, Maestro y Pastor, de quien el ordenado es constituido ministro. Para el obispo, es en primer lugar una gracia de fortaleza: la de guiar y defender con fuerza y prudencia a su Iglesia como padre y pastor, con amor gratuito para todos y con predilección por los pobres, los enfermos y los necesitados. (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 1585-1586)
Concilio Vaticano II
Los obispos, por consiguiente, son los principales dispensadores de los misterios de Dios, los moderadores, promotores y guardianes de toda la vida litúrgica en la Iglesia que se les ha confiado. Trabajen, pues, sin cesar para que los fieles conozcan plenamente y vivan el misterio pascual por la Eucaristía, de forma que constituyan un cuerpo único en la unidad de la caridad de Cristo, “atendiendo a la oración y al ministerio de la palabra” (Act 6, 4), procuren que todos los que están bajo su cuidado vivan unánimes en la oración y por la recepción de los Sacramentos crezcan en la gracia y sean fieles testigos del Señor. (Concilio Vaticano II. Decreto Christus Dominus, n. 15, 28 de octubre de 1965)
Juan Pablo II
Desde luego, a la grandeza del “ministerio excelso” recibido de Cristo como sucesores de los Apóstoles, corresponde su responsabilidad de “ministros de Cristo y administradores de los misterios de Dios” (cf. 1 Co 4, 1). Como administradores que disponen de los misterios de Dios para distribuirlos en nombre de Cristo, los obispos deben estar estrechamente unidos y firmemente fieles a su Maestro, que no ha dudado en confiarles a ellos, como a los Apóstoles, una misión decisiva para la vida de la Iglesia en todos los tiempos: la santificación del pueblo de Dios. (Juan Pablo II. Audiencia general, n. 4, 30 de septiembre de 1992)
Benedicto XVI
El ministerio del obispo se sitúa en una profunda perspectiva de fe y no simplemente humana, administrativa o de carácter sociológico, pues no es un mero gobernante, o un burócrata, o un simple gestor y organizador de la vida diocesana. La paternidad y la fraternidad en Cristo son las que dan al superior la capacidad de crear un clima de confianza, de acogida, de afecto, y también de franqueza y de justicia. (Benedicto XVI. Discurso a los nuevos obispos participantes de un encuentro de la Congregación para los obispos, 13 de septiembre de 2010)
IV – Conocer la doctrina es una obligación inherente al ministerio episcopal
Santo Tomás de Aquino
Dice pues: ya que por la edad eres joven, “muéstrate en todas cosas dechado de buenas obras”; porque el prelado debe ser como un ejemplo viviente para sus discípulos. “Sed mis imitadores, como yo lo soy de Cristo” “porque os he dado ejemplo, para que, como Yo lo he hecho, así también lo hagáis” (1 Co 11, Jn 13, 15). Al decir luego: “en la doctrina”, reseña en qué cosas, de modo especial, se ha de mostrar dechado. La doctrina es lo primero, porque es lo propio del prelado: “apacentar con la ciencia y doctrina” (Jr 3) […]. Enseña luego cuáles hayan de ser su doctrina y sus palabras, y dice que sanas, no corrompidas con falsedades (2 Tm 1): “en boca del príncipe no dice bien la mentira”. También cuanto al modo, que sean “irreprensibles”, esto es, que se digan a tiempo, con toda decencia e induzcan a corregirse. (Santo Tomás de Aquino. Comentario a la Carta a Tito, cap. 2, lec. 2)
La materia del estudio no han de ser las fábulas ni las bagatelas temporales, sino la palabra fiel, esto es, verdadera (Ps 144), o de la Fe, en la que es necesario que el obispo esté versado e instruido. Mas algunos estudian sólo para aprender y para llevar a efecto lo que aprendieron; pero esto no es suficiente para el obispo, sino que es necesario que comunique a otros lo que aprendió; por eso dice: “según se le han enseñado a él”. […] La utilidad es la facultad de cumplir con su oficio, y el oficio del prelado es como el del pastor (Jn 21), que tiene que apacentar el rebaño (1 P 5) y alejar al lobo; así también el obispo debe apacentar con la doctrina verdadera a su rebaño (Jr 3); por eso dice: “a fin de que sea capaz de instruir en la sana doctrina”. No dice que exhorte o instruya, sino que sea capaz de hacerlo, que es cuando, siendo necesario exhortar e instruir, tenga la puerta abierta para proveer de lo que cada uno quisiere, y la botillería de par en par. […] También para guardar su rebaño de los herejes; por eso dice: “y redargüir a los que contradijeren”, esto es, convencer, que, como dice en 2 Tm 3, se logra por el estudio de las Sagradas Escrituras (Jb 6): dos cosas que, en sentir del Filósofo, pertenecen al trabajo del sabio, a saber, de lo que conoce no echar mentiras, y al que las echa poder quitarle la máscara. (Santo Tomás de Aquino. Comentario a la Carta a Tito, cap. 1, lec. 3)
Congregación para los Obispos
El obispo, consciente de ser en la Iglesia particular el moderador de todo el ministerio de la Palabra y de haber recibido el ministerio de heraldo de la fe, de doctor auténtico y de testigo de la verdad divina y católica, deberá profundizar su preparación intelectual, mediante el estudio personal y una seria y comprometida actualización cultural. […] El obispo ha de actualizarse teológicamente para profundizar la insondable riqueza del misterio revelado, custodiar y exponer fielmente el depósito de la fe, tener una relación de colaboración respetuosa y fecunda con los teólogos. […] Un actualizado conocimiento teológico permitirá también al obispo vigilar para que las diversas propuestas teológicas que se presenten sean conformes a los contenidos de la Tradición, rechazando las objeciones a la sana doctrina y sus deformaciones. (Congregación para los Obispos. Directorio para el ministerio pastoral Apostolorum Successores, n. 52, 22 de febrero de 2004)
Juan Pablo II
El obispo es el responsable de la formación permanente, destinada a hacer que todos sus presbíteros sean generosamente fieles al don y al ministerio recibido, como el Pueblo de Dios los quiere y tiene el “derecho” de tenerlos. Esta responsabilidad lleva al obispo, en comunión con el presbiterio, a hacer un proyecto y establecer un programa, capaces de estructurar la formación permanente no como un mero episodio, sino como una propuesta sistemática de contenidos, que se desarrolla por etapas y tiene modalidades precisas. El obispo vivirá su responsabilidad no sólo asegurando a su presbiterio lugares y momentos de formación permanente, sino haciéndose personalmente presente y participando en ellos convencido y de modo cordial. (Juan Pablo II. Exhortación Apostólica Postsinodal Pastores dabo vobis, n. 79, 25 de marzo de 1992)
V – Dar el buen ejemplo, un deber primordial de los obispos en coherencia con la santidad de doctrina
Concilio Vaticano II
En cuanto santificadores, procuren los obispos promover la santidad de sus clérigos, de sus religiosos y seglares, según la vocación peculiar de cada uno, y siéntanse obligados a dar ejemplo de santidad con la caridad, humildad y sencillez de vida. (Concilio Vaticano II. Decreto Christus Dominus, n. 15, 28 de octubre de 1965)
Congregación para los Obispos
El obispo, como cabeza y modelo de los presbíteros y de los fieles, reciba ejemplarmente los sacramentos, que, como a todo miembro de la Iglesia, le son necesarios para alimentar su vida espiritual. En particular, el obispo hará del sacramento de la Eucaristía, que celebrará cotidianamente prefiriendo la forma comunitaria, el centro y la fuente de su ministerio y de su santificación. Se acercará frecuentemente al sacramento de la penitencia para reconciliarse con Dios y ser ministro de reconciliación en el Pueblo de Dios. Si enferma y se encuentra en peligro de muerte, reciba con solicitud la unción de los enfermos y el santo Viático, con solemnidad y participación de clero y pueblo, para la común edificación. (Congregación para los Obispos. Directorio para el ministerio pastoral Apostolorum Successores, n. 46, 22 de febrero de 2004)
Benedicto XVI
Vosotros, pastores de la grey de Dios, habéis recibido el mandato de custodiar y transmitir la fe en Cristo, que ha llegado a nosotros a través de la tradición viva de la Iglesia y por la que tantos han dado su vida. Para cumplir esa misión, es esencial que en primer lugar vosotros seáis “ejemplo de buenas obras, con pureza de doctrina, dignidad, palabra sana, intachable” (Tt 2, 7-8). “El hombre contemporáneo —escribió mi predecesor de venerada memoria el siervo de Dios Pablo VI— escucha más a gusto a los testigos que a los maestros, o si escucha a los maestros lo hace porque son testigos” (Evangelii nuntiandi, n. 41). Por eso es preciso que deis la máxima importancia en vuestro ministerio episcopal a la oración y a la búsqueda incesante de la santidad. (Benedicto XVI. Discurso a un grupo de obispos, 23 de septiembre de 2006)
Juan Pablo II
No obstante, la santidad personal del obispo nunca se limita al mero ámbito subjetivo, puesto que sus frutos redundan siempre en beneficio de los fieles confiados a su cura pastoral. Al practicar la caridad propia del ministerio pastoral recibido, el obispo se convierte en signo de Cristo y adquiere la autoridad moral necesaria para que, en el ejercicio de la autoridad jurídica, incida eficazmente en su entorno. En efecto, si el oficio episcopal no se apoya en el testimonio de santidad manifestado en la caridad pastoral, en la humildad y en la sencillez de vida, acaba por reducirse a un papel casi exclusivamente funcional y pierde fatalmente credibilidad ante el clero y los fieles. (Juan Pablo II. Exhortación Apostólica Pastores gregis, n. 11, 16 de octubre de 2003)
Pablo VI
No podemos olvidar las exhortaciones solemnes que nos fueron dirigidas en el acto de nuestra consagración episcopal. No podemos eximirnos de la práctica de una intensa vida interior. No podemos anunciar la palabra de Dios sin haberla meditado en el silencio del alma. No podemos ser fieles dispensadores de los misterios divinos sin habernos asegurado antes a nosotros mismos sus riquezas. No debemos dedicarnos al apostolado, si no sabemos corroborarlo con el ejemplo de las virtudes cristianas y sacerdotales. […] Dichoso nuestro tiempo atormentado y paradójico, que casi nos obliga a la santidad que corresponde a nuestro oficio tan representativo y tan responsable, y que nos obliga a recuperar en la contemplación y en la ascética de los ministros del Espíritu Santo aquel íntimo tesoro de personalidad del cual casi nos proyecta fuera la entrega a nuestro oficio extremamente acuciante. (Pablo VI. Homilía en la inauguración de la II Asamblea General de los Obispos de América Latina, 24 de agosto de 1968)
Juan Pablo II
En el alba del tercer milenio, la figura ideal del obispo con la que la Iglesia sigue contando es la del pastor que, configurado a Cristo en la santidad de vida, se entrega generosamente por la Iglesia que se le ha encomendado, llevando al mismo tiempo en el corazón la solicitud por todas las Iglesias del mundo (cf. 2 Co 11, 28). (Juan Pablo II. Homilía en la clausura de la X Asamblea del Sínodo, n. 3, 27 de octubre de 2001)
Si el obispo, que enseña a la comunidad la Palabra escuchada con una autoridad ejercida en el nombre de Jesucristo, no vive lo que enseña, transmite a la comunidad misma un mensaje contradictorio. […] Podría decirse que, en el obispo, misión y vida se unen de tal de manera que no se puede pensar en ellas como si fueran dos cosas distintas: Nosotros, obispos, somos nuestra propia misión. Si no la realizáramos, no seríamos nosotros mismos. […] El testimonio de vida es para el obispo como un nuevo título de autoridad, que se añade al título objetivo recibido en la consagración. A la autoridad se une el prestigio. Ambos son necesarios. En efecto, de una se deriva la exigencia objetiva de la adhesión de los fieles a la enseñanza auténtica del obispo; por el otro se facilita la confianza en su mensaje. (Juan Pablo II. Exhortación apostólica Pastores gregis, n. 31, 16 de octubre de 2003)
San Alfonso María de Ligorio
No basta que el obispo sea lucerna ardens en su interior, sino que debe ser lucens (Jn 5, 35) al exterior, por el buen ejemplo, si quiere ver caminar a sus ovejas por el camino de la virtud. Para que éstas suban a la montaña es preciso que el pastor vaya delante, a su vista. El obispo es también la luz colocada por Dios en el candelero para que alumbre a todos los que están en la casa (Mt 5, 15). Por mucho, pues, que les predique y exhorte la práctica de las máximas del Evangelio, si no va delante con el ejemplo acontecerá lo que dice el Concilio de Verceil: que los súbditos le creerán poco, porque los hombres creen más a los ojos que a los oídos. (San Alfonso María de Ligorio. Reflexiones útiles a los obispos, II. Obras ascéticas, Madrid, BAC, 1954, p. 32)
San Agustín
Los males de las ovejas están a la vista: las sanas y gordas, es decir, las que se mantienen firmes en el alimento de la verdad y usan bien de los pastos, don del Señor, son poquísimas. Pero aquellos malos pastores no las perdonan. Les parece poco no preocuparse de las enfermas, débiles, descarriadas y perdidas; en cuanto depende de ellos, matan también a estas fuertes y gordas. Estas viven por la misericordia de Dios; con todo, por lo que se refiere a los malos pastores, las matan. “¿Cómo —dices— las matan?” Viviendo mal, dándoles mal ejemplo. ¿O acaso se dijo en vano a un siervo de Dios, eminente entre los miembros del supremo pastor: “Sé para todos dechado de buenas obras” (Tt 2, 7) y: “Sé un modelo para los fieles” (1 Tm 4,12)? […] Digo y repito a vuestra caridad: aunque las ovejas estén vivas, aunque se mantengan firmes en la palabra del Señor y cumplan lo que oyeron a su Señor: “Haced lo que os digan, pero no hagáis lo que ellos hacen” (Mt 23, 3), con todo, quien en presencia del pueblo vive mal, en cuanto de él depende, da muerte al que le ve. No se lisonjee pensando que ese no está muerto. Aunque el otro viva, él es un homicida. […] Quien vive malvadamente en presencia de aquellos a cuyo frente está, en cuanto de él depende, mató también a las ovejas fuertes. Quien le imita, muere; quien no le imita, sigue con vida. Sin embargo, en cuanto depende de él, ha dado muerte a uno y otro. (San Agustín. Sermón 46 sobre los pastores, n. 4)
Santo Tomás de Aquino
Dice San Gregorio: deben saber los prelados que a tantas muertes se hacen acreedores cuantos ejemplos de perdición dan a sus súbditos. […] Mas no parece que alguno tenga obligación de rendir cuentas sino sólo por sí, según aquello: “es forzoso que todos comparezcamos ante el tribunal de Cristo para que cada uno reciba el pago debido a las buenas o malas acciones que habrá hecho mientras ha estado revestido de su cuerpo” (2Co 5, 10). —Respondo: cierto, cada uno ha de dar cuenta principalmente de sus propias acciones; pero, tanto cuanto éstas tienen que ver con otras, también de las ajenas. Ahora bien, las acciones de los prelados tienen mucho que ver con los súbditos, conforme a lo que dice Ezequiel: “hijo de hombre, Yo te he puesto por centinela en la casa de 1srael, y de mi boca oirás mis palabras, y se las anunciarás a ellos de mi parte” (3, 17). De donde se sigue que si el prelado —entendido aquí por centinela— no le intima al impío que morirá sin remedio, aquel impío morirá en su pecado, pero al centinela se le exigirá cuenta de su sangre. (Santo Tomás de Aquino. Comentario a la Carta a los Hebreos, lec. 3, Hb 13, 17-25)
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