La advocación de la Virgen Dolorosa es la referencia más significativa para el pueblo cristiano cuando reza delante de la cruz. En ella contemplamos a la que, como nos dice la Escritura, permaneció de pie al lado de Cristo mientras los Apóstoles huían y lo traicionaban, por lo lejos que estaban de comprender la profundidad del misterio del Gólgota. Esa presencia de María, plenamente unida a la Pasión de su Hijo para consolarlo, adorarlo y reparar el desprecio de los que más deberían darle muestras de fidelidad en esa hora suprema, conmovió a las almas verdaderamente cristianas a lo largo de los siglos.
Estas consideraciones tienen un fondo teológico que las justifica: la Santísima Virgen está unida a la obra de la redención en los planes de Dios. El sacrificio de Jesús y su misión salvífica estuvieron desde el principio asociados a la figura de María, a quien la Trinidad miró con predilección.
Por eso, atribuir a la Madre Dolorosa reacciones incompatibles con la perfección de su caridad agrede nuestra piedad mariana y contradice la propia doctrina católica que debería guiar las consideraciones a respecto de la Madre de Dios. Por eso, nos parece indispensable recordar el Magisterio Pontificio y la doctrina de los Padres y Doctores. Entra aquí → .
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